Había aprendido a entregar su energía a otros: al trabajo, a la rutina, a los deberes que parecían nunca terminar. Pero esa noche decidió algo distinto: regresarse a sí misma.

Encendió una pequeña luz, apenas suficiente para revelar el brillo del cuarzo blanco que descansaba en su altar personal. El cuarzo no era solo piedra: era un espejo que le devolvía la pureza de lo que había olvidado.

Respiró profundo. Una fragancia dulce envolvió la habitación, como un abrazo invisible que le recordaba que su piel también merecía ternura. El velo de encaje cubrió sus ojos y entonces comprendió: no se trataba de ocultar el mundo, sino de abrir los sentidos hacia dentro.

Sus manos fueron explorando, guiadas por la curiosidad más antigua: la de descubrir el territorio de su propio cuerpo. Cada roce era un mapa nuevo, cada vibración un eco de placer que no pedía permiso ni explicación.

El tiempo se deshizo. No había relojes ni responsabilidades, solo la certeza de que el placer no era un lujo, sino un lenguaje que su alma necesitaba pronunciar. Y cuando la ola la cubrió, no gritó: susurró. Fue un canto íntimo, un hechizo silencioso que la convirtió en sacerdotisa de su propio templo.

Al terminar, no había vacío. Había plenitud. El antifaz cayó, la vela se apagó sola, y en su pecho ardía la certeza: la diosa que buscaba no estaba afuera, siempre había habitado en ella.


✨ El Portal de la Diosa Interior no es solo un ritual, es un umbral. Si sientes el llamado, las llaves para abrirlo aguardan en la Bóveda de Alquimia.